Estaba viendo una entrevista reciente que le hicieron a Enrique Bunbury
en relación al último libro que ha publicado llamado “La Carta” y una
reflexión que hacía en dicha entrevista me llevó a preguntarme: ¿ha cambiado
para mal la forma que tenemos de consumir música? Y a la conclusión que llegué,
es que lamentablemente si, ha cambiado, y para peor.
Bunbury en dicha entrevista reflexionaba diciendo: “Ahora dejamos que
nos aconseje el algoritmo, y el algoritmo nos lleva siempre a la perdición, nos
lleva a escuchar música peor de la que nos merecemos (…) hay música muy buena y
hay cine muy bueno y libros fantásticos… ¿porque tenemos una tendencia natural
a las cosas más vanas y superfluas? Porque cambiar eso precisa del esfuerzo
individual para encontrar cosas de mayor calidad”.
Spotify, Tidal, Amazon Music o Apple music, son los medios
por los cuales actualmente la gente más joven, y los no tan jóvenes, consumen
música a día de hoy, incluso hay cierta juventud que sólo consume lo que sale
en TikTok (si, así de lamentable es la situación). El algoritmo manda y casi el
100% de las veces que te recomienda cierta canción o artista, no es porque entienda
que son canciones o discos afines a lo que acabas de escuchar, sino que dicha
recomendación es del “artista” de turno que ha pagado a Spotify para que
metan su música como sea y donde sea, independientemente de su calidad. Al Sr. de
Spotify le da igual si eres bueno o no, si pagas, meterán tus temas en todos
sitios.
Parece ser que, en la actualidad, escuchar música ya no es seguir a según
que artista, ni profundizar en según qué disco, simplemente es una banda sonora
que ocupa el silencio mientras cocinas, pasas el aspirador, navegas por
internet….
No hace mucho leí varias entrevistas con diversos músicos, y ambos coincidían que por la tendencia actual del mercado musical llegaban a la conclusión que el público general no escucha discos ni los compra, y que la gente que escucha los discos en su totalidad y los compra, son una minoría, por lo que eso afecta directamente a la forma que tienen de concebir nuevas obras.
En el documental “Rip Up The Road”, que sacaron Foals
en 2019, Yannis Philippakis cantante de dicha banda, reflexionaba sobre la
forma de escuchar la música por parte del público más joven, y se lamentaba que
tras invertir 2 o 3 años creando un disco, y lo que esto conlleva, la gente lo
olvidara casi al año. El hecho que, ante la salida de nuevos lanzamientos,
artistas de la talla de KIM NAMJOON (RM del grupo BTS),
tuviera que pedir a los oyentes que escucharan su disco en orden y entero, para
que se viera lo que quería expresar con el álbum, es cuanto menos lamentable.
Para las nuevas generaciones e incluso para las no tan nuevas, la música
es algo de "usar y tirar", escuchamos con menos atención y damos
menos oportunidades a los discos.
Para ver la involución del mercado musical y cómo se están
adaptando los músicos a esta tendencia, sólo hay que fijarse en la duración de
las canciones: han bajado de una media de tres minutos y medio o cuatro, a los dos minutos y algo, para así captar la atención de la gente, puesto que si tienen
una duración mayor ya no son radiables (si es que aún hay alguien que
escuche la radio) ni mucho menos escuchables por un público acostumbrado a la
inmediatez. El consumo de la música actualmente, se ha convertido en algo
similar al “fast food”. Con el acceso inmediato a golpe de click
y las diferentes plataformas de streaming, el oyente escucha un disco o
una canción y al poco tiempo se ha olvidado y ya pasan al siguiente.
Ahora es impensable la salida de discos dobles como The Fragile u
obras conceptuales de mayor desarrollo como por ejemplo Crack The Skye.
Los discos cada vez son más cortos en duración para poder retener a los oyentes.
Es la cultura del "ya", del no
tener paciencia y de consumirlo todo rápido para pasar al siguiente. La música se
disfruta en condiciones mucho peores que antes, donde público e industria se
retroalimentan y en consecuencia tenemos producciones de baja calidad, para gente poco exigente.
Recuerdo con cierta añoranza, cuando después de semanas de ahorro, conseguías
esas 2.000 pesetas (para los más jóvenes: lo que son 12 euros), me iba a la
tienda de discos y me pasaba horas para elegir el álbum que iba a comprar, ya
que sabía que mi elección me acompañaría durante muchos meses. En mi época, y
presumo que en la de muchos, internet eran las cintas de cassette, que
era la mejor vía para descubrir nuevos grupos, así como los programas de radio,
en mi caso los de Carlos Pina, los cuales me descubrieron muchísimos
grupos durante los años 90 y parte de los 2000.
Obviamente internet nos ha facilitado mucho las cosas, pero creo que en cuanto
a la música se refiere, ha llegado un punto que está siendo perjudicial.
Permite a muchas bandas indie o más pequeñas dar a conocer su música con mayor facilidad,
pero también implica, que mucha gente escuche la canción de turno y al poco
pase a otra cosa, ya no porque ese grupo no merezca atención, sino porque simplemente
ya no está de moda. Y es que, en mi opinión, la oferta ilimitada y gratuita al
final devalúa el producto.
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